Había una vez, un hombre muy sabio que se llamaba Juan, aunque todo el mundo lo conocía por Juanito, pues era un hombre muy cercano a la gente y le escuchaba mucho escuchar las opiniones de los demás.
Juanito había vivido en un pequeño pueblo durante toda su vida, pero justo hace dos años, cuando tenía setenta años, se había ido a vivir a la gran ciudad, con su hija Ana.
A Juanito siempre le había gustado la historia y en su mesilla de noche, nunca faltaban libros de aventuras intrigantes sobre personajes históricos.
Un día curioseando por la librería de su hija Ana, encontró un libro que por su aspecto, algo deteriorado, debía ser muy antiguo. Juanito se dio cuenta que no era un libro cualquiera, sino que era un libro especial, y que dentro de sus páginas parecía guardar un gran secreto.
En la portada de aquel libro, aparecían unos símbolos egipcios, que Juanito había visto en algún lugar, pero no recordaba dónde. Así que, se puso sus gafas en la punta de su nariz, cogió el libro y empezó a leer las primera páginas, cuando de repente se dio cuenta que se trataba de un libro muy antiguo, escrito por un historiador egipcio, dónde había descrito minuciosamente los pasos que debía seguir el lector para atravesar un laberinto y llegar al tesoro que allí había guardado.
Juanito estuvo toda la noche leyendo aquel misterioso libro y descifrando los acertijos que iba encontrando según avanzaba la lectura. Justo antes de amanecer, había terminado el libro, pero no había conseguido encontrar la respuesta que le conduciría hacia el tesoro de aquel egipcio. Pero de repente, en la última página del libro, encontró una frase incompleta que era la clave que faltaba para resolver los acertijos.
Pasados unos minutos, en los que Juanito había reflexionado sobre todo lo leído, encontró la respuesta a esa frase incompleta y sin perder ni un instante más, cogió un boli de su bolsillo y completó la frase del libro.
De repente, el libro empezó a temblar y Sigue leyendo