Cuento Infantil para niños, escrito por: Silda Barberà
Voy a contar una historieta de un pueblo pequeño, pequeñito. Las casitas eran todas muy blancas, como si las hubieran terminado de pintar.
Tenía una iglesia muy bonita, estilo románico, rodeada de tiendas con arcos.
Este pueblo pequeño, pequeñito, tenía delante de la iglesia una plaza donde iban a pasear los días de fiesta. Las personas de este pueblo eran muy sencillas, estaban muy contentos y orgullosos de tener aquella plaza, los porches con sus arcadas, que en una de ellas vendían helados.
También tenían un hombre que les arreglaba los paraguas cuando el viento los estropeaba.
Era un hombre muy bueno. No les cobraba mucho dinero por los arreglos. También vendía los paraguas nuevos. ¡Qué orgullosos estaban de su pueblo!
Un día llegó una mujer con un televisor de colores. Este pueblo no había visto nunca un televisor.
La mujer alquiló una tienda de la plaza con arcos y se puso a dejar ver el televisor a cambio de un euro. Ella había oído hablar de este pequeño pueblo y pensó que podía ganar dinero. Y tanto que ganó!, pero a la vez complicó la vida de aquellas personas tan sencillas y humildes. Todos iban a ver el televisor de color y pagaban el euro correspondiente.
El hombre que arreglaba los paraguas de extrañó de ver tanta multitud delante de un porche. Estañado preguntó:
– ¿Pasa alguna cosa? ¿Algún accidente?
– ¿No está enterado? – Le dijo una niña rosa y blanquita.
– No, estoy trabajando para arreglar los paraguas y también para venderlos.
– ¿No ha visto el televisor?
– No. No me gusta que vengan personas extrañas.
– Ha traído un televisor y por solo un euro podemos verlo. Y es de colores.
– No me gusta que quiten el dinero de nuestro pueblo.
La chica rosa y blanquita se le quedó mirando sonriente y le dijo:
– El televisor es de colores y salen paraguas que llevan las personas cuando llueve. Yo quiero uno de color amarillo.
De repente su tienda empezó a llegar una multitud.
– Los paraguas siempre han sido negros. – Dijo el hombre.
– Porque usted no ha visto el televisor. – Respondió de nuevo la niña. – Son muy bonitos, tendría que verlos.
Todas las chicas empezaron a hablar.
– Yo lo quiero estampado.
– Yo de color rosa, ¡qué bonito!
– Yo el rojo.
– Yo el de topos de distintos colores.
– ¡Ay, no! A mi no me gusta. – Dice una chica more y pecosa. – Yo lo quiero rosa.
– ¡Yo quiero el azul!
Todas hablaban a la vez y el hombre se estaba poniendo nervioso. Las desconocía, y eso que las había visto al nacer.
– Por favor, ¿qué queréis?
– Queremos un paraguas de color, no los queremos negros, están pasados de moda. – Gritaban todas a la vez.
Un día, el hombre cogió todos los paraguas y se fue a la capital, tenía miedo que no quisieran hacerle el cambio y pensó que sería su ruina. Contó su problema y aceptaron el cambio con un pequeño aumento de dinero. Pero el paraguas grande y negro no.
– No se enfade, pero en la capital no lo venderíamos, está pasado de moda.
– Lo comprendo.
Cuando tenía los nuevos paraguas de colores, cogió el tren y se fue a su pueblo.
El paraguas negro tenía ganas de llorar por sentirse rechazado.
– No lo entiendo, soy un buen paraguas. La tela es negra pero fuerte y de calidad. Les duraría toda la vida. Puedo aguantar un temporal, pero no me quieren. Me dicen que soy feo, ¿cómo pueden cambiar tanto las personas? ¿ellas mandan en nuestra vida? ¿qué será de mi vida?
El hombre le miraba y se ponía triste, pensaba: – Es un buen paraguas, lo guardaré, alguien lo querrá.
Cuando el hombre llegó al pueblo pequeño, pequeñito, arregló el escaparate con los nuevos paraguas de colores, para que las chicas los vieran y los compraran.
El paraguas grande y negro lo dejó en un rincón de la tienda, no quería desprenderse de él, tenía la esperanza que algún día lo vendería.
Un viejo, el más anciano del pueblo, fue a la tienda, tenía curiosidad por ver los paraguas de colores.
– Buenos días, ¿puedo sentarme?, estoy muy cansado.
– Siéntese, siéntese buen hombre, ¿qué me cuenta de nuevo?
El viejo vio una silla al lado del paraguas grande y negro y se sentó.
– Que quiere que le diga, que tiene unos paraguas muy bonitos y de colores. Esto es lo más importante de nuestro pequeño pueblo. Yo como siempre me ahogo, me canso, soy mayor, un viejo.
– ¡No hombre no! Usted es un roble. Hombres como usted ya no quedan.
– Lo dice para animarme, para que esté contento. Me canso mucho.
El paraguas grande y negro escuchó la conversación y dijo:
– Sí se cansa, tal vez yo podría ayudarle. Usted que también es viejo como yo, me podría comprar. Estoy triste y aburrido, lleno de polvo, nadie me quiere, nadie me mira, solo se burlan de mi. ¿Por qué no me compra?
– ¿Comprarte yo? ¿Quieres que sea la gracia del pueblo?
– ¿No soy un buen paraguas? ¿No sirvo para cuando llueve? y ¿cuando llueve y el viento es muy fuerte no aguanto?
– Escucha paraguas, cuando llueve yo no saldo de mi casa.
– Le podría servir de bastón.
– ¿Tú mi bastón? No me hagas enfadar.
– Soy fuerte, los dos juntos nos haríamos compañía.
– Tú ya estás pasado de moda. Cuando quiera un bastón miraré la televisión y compraré el mejor y el más bonito. Aunque yo sea viejo sé apreciar la calidad y la hermosura.
– Yo soy de calidad.
– ¡Basta! No me hagas enfadar.
El hombre que era el dueño de la tienda escuchó todo este diálogo y pensó:
– Estoy comprobando con dolor que la televisión ha cambiado a las personas. Miró al paraguas y le dijo:
– No pierdas la esperanza, tal vez, algún día te comprarán.
El viejo se levantó de la silla y dijo: – Adiós. Gracias por dejarme descansar.
El paraguas quedó desesperado. Todos lo despreciaban.
– Ya no podré proteger a nadie de la lluvia, tan servicial como soy, pobre de mi, aquí en un rincón y lleno de polvo.
Y pasó el tiempo…
Un domingo, mientras las chicas y chicos estaban paseando por aquella pequeña plaza, empezó a llover un poco. Era agradable pasear con un paraguas tan bonito bajo la lluvia.
– Tendré que volver a la capital, me he quedado sin ningún paraguas. – Dijo el dueño de la tienda.
Un chico que tenía una granja con sus padres, entró en la tienda a comprar uno para ayudar a sus padres a meter los animales dentro del corral.
– Lo siento chico, sé tu problema, pero los he vendido todos.
El chico miró el paraguas grande y negro lleno de polvo y dijo:
– ¿Esto no es un paraguas?
El hombre después de tanto tiempo, se había olvidado de él.
– Claro que es un paraguas, ¿lo quieres?
– ¿No sirve para la lluvia? ¿Está estropeado?
– No. Es un paraguas fuerte.
– Entonces yo lo compro.
Este paraguas no lo quería nadie, incluso los chicos, es muy extraño lo que puede la televisión.
El paraguas estaba muy contento porque tenía un comprador. Un chico que lo quería para lo que servía, la lluvia; sin tener en cuenta el presumir.
También estaba contento el paraguas por los elogios que le había hecho el vendedor, era muy feliz. Al salir de la tienda todos se burlaban del chico porque con aquel paraguas sólo se le veían los zapatos.
De repente empezó un viento terrible y todos los paraguas de colores se estropearon. El paraguas negro y feo habló al niño:
– ¿Te das cuenta que soy un buen paraguas? – Decía con voz baja para que sólo lo oyera el niño.
Las chicas se acercaban al paraguas negro para que las protegiera de aquella tormenta.
– Por ser un niño humilde, sensible y bueno, yo te protegeré de la lluvia y del viento, cuando haga sol también, haré de parasol, y cuando seas viejo, te haré de bastón.
El paraguas que quería ser útil, al final lo consiguió.
FIN
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