Érase una vez, un dragón que estaba encerrado en una mazmorra de un castillo muy muy lejano.
En el castillo vivían los reyes con su hijo pequeño, llamado Arturo. Arturo era un niño muy curioso, con lo que a sus cuatro años de edad, ya había descubierto la mazmorra del dragón, sin embargo, no le había dicho nada a sus padres.
Todas las semanas bajaba a ver al dragón e intentaba hablar con él, aunque sin éxito alguno, ya que el dragón no hablaba su idioma. Aún así, Arturo le contaba las historias que le sucedían en el castillo y así tenía un amigo con quien compartir sus aventuras.
Poco a poco, el dragón iba captando lo que le iba diciendo Arturo, y aunque no entendiera todas las palabras, sí que se daba cuenta de lo más importante de las historias que le contaba.
El dragón se moría de ganas de poder hablar con Arturo, así que empezó a intentar pronunciar palabras en el mismo idioma que Arturo. Poco a poco, iba aprendiendo a pronunciar algunas palabras, hasta que llegó el día en que pudo hablar con total normalidad con Arturo.
Así, llegaron a ser grandes amigos y se contaban muchas cosas, pero había una pregunta que el dragón nunca le contestaba a Arturo, y era esta: «¿Por qué estás en esta mazmorra?»
Arturo no estaba dispuesto a no recibir respuesta, por lo que se le ocurrió contar toda la historia a sus padres para ver si ellos sabían algo… Pero cuando los padres se enteraron de que Arturo había estado yendo a las mazmorras a ver al dragón, le castigaron y le dijeron que el dragón era muy peligroso y que no debía acercarse.
Arturo tuvo aquí la contestación a su pregunta: sus padres eran los que le habían encerrado, porque pensaban que era un dragón malo.
Arturo no estaba dispuesto a admitir que el dragón era malo, así que bajó a las mazmorras y decidió liberar al dragón que sus padres tenían capturado. Sigue leyendo