Cuando yo era niña, me pasaba el día observando todo, pero lo que más me gustaba era observar el comportamiento de las personas, de todas ellas: grandes, pequeñas, tristes, alegres, flacas o robustas. Aunque lo que más me gustaba era observar a los niños.
Observaba cuando hablaban y reían, y también cuando callaban o estaban tristes.
Me llamaba mucho la atención que la misma situación a unos les hiciera mucha gracia, y otros apenas se reían, y siempre me preguntaba el porqué.
Quería conocer los secretos del corazón humano, y me parecía que el camino más rápido era observar los comportamientos de la gente que me rodeaba.
Pero esta cualidad mía no era muy valorada, ni por supuesto practicada a mí alrededor, y eso me daba mucha tristeza.
Sentía mucha pena cuando observaba que había niños que querían hablar y casi no podían, que les costaba mucho expresar la alegría y me preguntaba porque les pasaba esto.
Un día, vi un grupo de niños jugando alegremente al escondite, había chicos y chicas y todos juntos formaban una algarabía que llenaba de voces y risas la calle de nuestro pequeño pueblo.
Yo quise unirme a sus juegos, y con una sonrisa me dirigí a la primera persona que vi, sin darme tiempo a observarla muy bien todavía.
– Hola, me llamo Ana y me gustaría jugar con vosotros.
– Hola Ana, yo soy Pablo, y estamos encantados de que te unas con nosotros. Sigue leyendo