LA NIÑA QUE QUERIA SER MAYOR

Cuando yo era pequeña, todo me parecía gigante, mi casa, mis padres, mi hermano mayor, mi camita.

Era tan pequeña, que el mundo resultaba gigante, asombroso, y no digamos el sol, la luna por las noches, y hasta las estrellas, porque como había tantas parecía que se juntaban.

Y hasta Dios me parecía enorme, grande, aunque no lo veía, pero lo imaginaba. Cuando paseaba en los atardeceres de verano por las praderas
de mi pueblo, sabía que El iba conmigo, hasta ahí bien, pero luego empezaban las dificultades, porque yo le quería ver, si él me veía, ¿por qué
no le podía ver y así de paso cantábamos un poco y nos reíamos después?.

Pero no había manera, como cuando le llamaba no aparecía, estaba mudo, inventé otra cosa: me daría la vuelta rápidamente para que no le diera
tiempo a esconderse, y zas, lo pillaría infraganti, detrás de mí. Lo intentaba varias veces y de varias formas, por la izquierda, por la derecha,
agachándome, dando un salto, no había forma. Llegué a la conclusión de que no quería que le viera, pero me llenaba de tristeza el no saber porqué.

Y así iban pasando los días, observando el mundo, las cosas, como se movían y cambiaban de forma, los árboles, los días con sus noches, las
estaciones del año, todo era tan fantástico, cuanto tenía que aprender, hasta que me hiciera tan grande como todas las cosas que me rodeaban,
hasta que me hiciera invisible como Dios….jo que guay, yo también lo iba a conseguir aunque me cayera muchas veces……

Y un día lo conseguí, ya me iba haciendo cada vez más mayor, y hasta podía opinar en casa, mi voz era más alta también, (por algo se empezaba,
decía yo), y sobre todo me empecé a dar cuenta que había cosas y personas más pequeñas que yo, por ejemplo mis hermanos pequeños. Es
verdad que crecían muy rápidos, más que yo, porque un día estaban en la cuna y de repente, andaban solitos, agarrándose a las faldas de mamá,
pero yo les ganaba siempre.

Al principio pensaba… algún día me ganarán a mí, pero no lo conseguían, yo seguía siendo cada vez un poquito más alta que ellos. Entonces empecé a pensar que ya no era tan pequeña, y si me subía a una silla, pues mucho menos, aunque no quería probar mucho, porque era hacerte mayor de repente, casi tanto como mi papá, y eso me daba un miedo: si yo no se mandar como mi papá, para que me sirve ser
tan alta, pensaba yo.

Así que me conformaba con ir creciendo poco a poco, para eso tenía que comer bien y no dejarme nada en el plato, decía mi
madre, y ver que empezaba a ver alguien más pequeño que yo por ejemplo mis hermanos pequeños. También mi jilguero era más pequeño y además estaba metido en una casita mucho más pequeña que mi propia habitación.

Cuando no me veía nadie abría la puertecita de su casa, y le llevaba en mi mano algo de comer. Entonces él, después de comer, ponía sus patitas en mi mano y yo le sostenía. Como yo me ponía sobre el regazo de mi padre un poco antes de acostarme y él acariciaba mi pelo y después me besaba, así hacía yo con mi pajarito. Y que feliz me sentía en esos momentos, el mundo entonces no existía para mí, ni las regañinas de mamá por dejarme como todos los días la luz encendida de mi dormitorio.

Tampoco me importaba en esos momentos los pesados de mis hermanos pequeños, mamá, mamá, mamá, ama, ama, y mi madre solo pendientes de ellos. Y me fui haciendo más mayor, más alta, y ya me atrevía un poco también a cuidar a mis hermanos, y a peinarlos como mamá lo hacía. Y hasta les cantaba una canción mientras les peinaba, y ellos se reían mucho y me decían más, tata, otra canción.

Pero no, a veces no quería hacerme grande, a veces sí y otras veces no, depende. Había algunas personas grandes que no se reían nunca, y que se
enfadaban mucho, y yo no quería ser como ellas. Por la noche le pregunté a mi papá:

¿Por qué algunas personas no se ríen?

¿Por qué dices eso María?

Pues es que los niños nos reímos en clase, y la profe se enfada.

Claro es que no hay que reírse en clase

Bueno pensaba yo, entonces si me voy a hacer grande, porque así no tendría que ir nunca más al cole. Pero de pronto tuve una idea: voy a escribir un cuento, para contarlo los niños de mi clase a los mayores y que se rieran un poco también, y de paso que nos dejaran reírnos también (que nunca viene mal).

Y empecé a escribir todas las noches. Me acostaba un poco antes que mis hermanos para que la pesada de mi madre no me dijera: María, apaga la luz y así cada día escribía un poquito.

Hasta que después de una semana ya tenía un cuento no muy largo (para que no terminaran por aburrirse los mayores, todo hay que decirlo), y muy gracioso, hasta me reía yo cada vez que lo volvía a leer. Bueno más bien, me partía de risa, imaginando las caras de mis profesores al escucharlo. Es que me partía de risa, menudas carcajadas me daba yo sola, y claro mi madre terminaba castigándome por reírme sin motivo….si ella supiera.

Y llego el día que habíamos elegido todos para que los demás niños de mi clase y yo empezáramos a recitar el cuento, y los profes y todos los
mayores bien sentaditos, algunos hasta mirando el reloj (no se para que, si todavía no había empezado).

Y empezamos, todos muy erguidos y muy dignos la función. ¡Por algo habíamos ensayado tanto!

Primero salió Pelín, que le llamábamos así porque solo tenía 4 pelos, bueno alguno más, pero pocos, y empezó a hacer de alumno travieso y juguetón pero era bueno con los demás y sobre todo defensor a ultranza de los más débiles.

Y yo de reojo, encima del escenario, mientras me partía de risa, miraba de reojo a los profes, y veía que detrás de su semblante serio se iba dibujando una sonrisa, primero más tímida, luego un poquito más atrevida, hasta que al final, cuando ya habían salido otros tres o cuatro más se reían a carcajada limpia.

Y al final nuestras risas se mezclaban, se contagiaban, y cada vez eran más ruidosas. Así aprendí que hay un tiempo de reír y un tiempo de estar seria, un tiempo para el juego y otro para el estudio, un tiempo de silencio y otro para hablar.

Y aprendí también que hacerme mayor no significaba ser más seria, sino solamente haber vivido otras cosas antes. Y desde aquel día aprendí a amar el cole y todo lo que en él aprendía.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN

Cuento infantil por: Maribel.

Recuerda que puedes recibir cuentos infantiles GRATIS en tu email, suscribiéndote aquí.

15 pensamientos en “LA NIÑA QUE QUERIA SER MAYOR

  1. Alma

    Q triste que digas eso jajajajajjajja si te parecieran aburridos ya te hubieras ido. Estos cuentos son muy lindos y aunque yo soy mas de sagas vampiricas y fantasticas, me gustan porque son creativos y originales. Y seguro que tu no podrias escribir nada parecido ni similar. Soy escritora y tu comentario es de una hipócrita.

  2. andrea lopes

    estos cuentos nooooo me gustaron para nada son super aburridos
    siempre hay que poner cuentos interesantes no aburridos como estos ok

Los comentarios están cerrados.