RUEDIN, EL PATINETE QUE APRENDIÓ A CONFIAR

Cuento Infantil para niños, escrito por: Ulica Tizaber

Ruedín era un patinete de la familia de los Patinetes Pegaso, de color verde manzana, que tenía una rueda delantera y otra trasera. La plataforma donde había que apoyar los pies era rugosa para no resbalarse, y el manillar se podía girar hacia todos los lados, para conseguir hacer giros

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con más efecto. Vivía en una tienda de deportes enorme, junto con otras familias de vehículos.

Era uno de los patinetes más privilegiados de la tienda, ya que además de descender de los Pegaso, incluía todo tipo de artilugios para hacer de su uso, la mayor diversión para los niños. De hecho, cuando las puertas de la tienda abrían, todos los niños iban directamente hacia Ruedín, y hacían fila para probarlo.

El patinete más solicitado de la tienda estaba encantado, y terminaba el día tan cansado que se dormía en cualquier sección. Casi todas las noches, las bicicletas se encargaban de llevarlo a su cama, junto con sus padres y hermanos.

Una noche, Ruedín acabó tan agotado, que después de que el último niño lo dejara de usar, no sabía ni dónde estaba y se quedó dormido. Todos sus amigos y familia muy asustados, comenzaron una batida de búsqueda por toda la tienda, estaban preocupados por el estado de salud de Ruedín, y querían encontrarlo cuanto antes para que descansara.

Por fin, después de varias horas de angustia, lo encontraron profundamente dormido en el baño de los chicos apoyado en el secamanos, con delicadeza lo llevaron a su cama, y decidieron que al día siguiente se quedaría descansando lo máximo posible. Todos votaron por eso, y fue uno de sus hermanos, muy parecido a Ruedín, el que al día siguiente estuvo al pie del cañón, trabajando mucho para no bajar el listón de su hermano.

Hacia mitad de la tarde, Ruedín se despertó sobresaltado, no sabía qué le había pasado, y nada más ponerse de pie, se volvió a caer, aún tenía que descansar más, y mientras estaba tumbado, preguntó a su madre:

– «Mamá, ¿quién me está sustituyendo?»

La madre le contestó: – «Tu hermano Rueditas, que es el que más se parece a ti».

Ruedín dijo: – «Pero Rueditas es aún pequeño para hacer lo que yo hago, se va a cansar muy pronto».

Preocupado y con ayuda de su madre, consiguió incorporarse para ir a hablar con su hermano pequeño. Cuando lo vio en acción, se quedó boquiabierto.

Rueditas iba y venía por toda la tienda, y la fila de niños que querían probarlo era de más del doble que en el mejor momento de Ruedín. Sintió mucho orgullo por su hermano, y de nuevo se fue a descansar, tranquilo y confiado de que su labor estaba en los mejores manillares.

Ruedín entendió que hay que confiar en los demás, que nadie es imprescindible, y que merece la pena delegar en ciertos momentos las obligaciones, para en el futuro no estar desgastado de tanta rutina.

FIN

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