KYA Y EL CAÑON – 2ª Parte

Cuento Infantil para niños, creado por: Rebeca Campos (México)

El niño abrió mucho sus ojos azules, abrió su boca para contestar y luego la cerró. ¿Qué era lo que lo hacía feliz? Los minutos pasaban y el no decía nada porque no sabía que contestar. Kya, impaciente como era, le cuestionó:

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-¿Entonces eres o no eres feliz?

El niño la miró por un largo rato y después le dijo:

-¿Qué es lo que hace que siempre estés cantando y riendo?

A Kya le brillaron los ojos, y sin abandonar la deslumbrante sonrisa, contestó:

-¡Muchas cosas! Para empezar, el cielo siempre está bonito de este lado, ¿lo ves? Es una buena razón para sonreír, porque si yo lo hago la tierra también lo hace –y cuando terminó de decir eso, Kya se acostó en el suelo y comenzó a reír de nuevo.

A él le desconcertaba un poco las cosas que la niña hacía, ¿porqué cantaba otra vez?

-¿No te da frío acostarte en el piso sin tener algo que te cubra? –le dijo a Kya.

-¡Claro que no! El suelo es muy cálido. –Y con un ademán le dijo. -Ven conmigo a ver el cielo, ¡es muy divertido!

Mientras la niña seguía con su felicidad desbordante, el chico se acercó al borde del precipicio. Lo miró con el ceño fruncido. ¿Cómo podría cruzarlo?

-¡No sé como cruzar! –y después le preguntó -¿Tú si?

Kya se levantó. Estando frente a frente con el niño, mirándolo intensamente y sintiendo en su corazón una calidez que iba creciendo, que se desbordaba por los ojos, levantó su mano izquierda hacia él y le dijo:

-¿De verdad quieres venir?

-Si, si quiero de verdad.

Y entonces el niño levantó también su mano izquierda hacia Kya. El suelo comenzó a estremecerse, pero los niños no sentían el temblor bajo sus pies. Tampoco advertían el esfuerzo del cielo para ser igual para los dos. Ellos solo se escuchaban a si mismos, a sus latidos, a su respiración y a sus voces.

La tierra los escuchaba también. El viento dejó de hacer sus travesuras para poder oír, y los animales pusieron toda su atención en el par de chiquillos que se miraban fijamente.

-Si vienes, ¿serás mi amigo? –preguntó Kya

-¿Qué es un “migo”?

Esta vez Kya no se rió. Con la seriedad con la que una niña es capaz de hablar del porqué le es entretenido mirar las hormigas trabajar, le corrigió:

-Un amigo –y agregó. – En realidad, no lo sé. Solo quiero enseñarte a reír mientras tú me enseñas a vivir.

– ¿Podemos hacer eso? –Le cuestionó el niño- ¿No importa que no nos veamos iguales?

– Por dentro eres carne y alma, como dice mi nana y mi tribu. Somos iguales.

La comprensión se reflejó en la cara de los niños, y supieron que eso era verdad. No sabían que era un amigo, que era el alma. Pero la curiosidad les hizo desear descubrirlo.

– Entonces si quiero.

– Si quiero.

Y casi a la par en que salían esas palabras de sus bocas, el eco resonó suavemente en el cañón, que de pronto ya no era tan grande.

Con las manos aún estiradas, los niños se fueron acercando el uno al otro sin moverse de su lugar, porque el cañón se cerraba a cada latido de los corazones de Kya y del chico.

El cañón se transformó en un camino angosto justo en el momento en el que las palmas de las manos de los pequeños se tocaron. Ambos sonrieron haciendo relucir sus dientes con los destellos del sol que los contemplaba.

– Me llamo Alek

– Soy Kya –le dijo la niña – ¿Quieres ver al renacuajo que descubrí en el estanque?

Sin esperar una respuesta, la niña se echó a correr. Alek sintió el calor del sol de sus mejillas y sonrió aún más. Dejó salir su felicidad a carcajadas y siguió a Kya, mientras su abrigo caía al suelo justo en el lugar en el que una flor brotaba del suelo, una flor cuya raíz llegaba a las profundidades de la madre tierra, que sonreía al ver a los dos amigos correr juntos hacia la vida.

FIN

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