EL PLANETA DE SEPTIMUS

Cuento Infantil para niños/as, escrito por: Isella Carrera Lamadrid

A lo largo de millones de años, el sol había disparado cristales hacia todo el universo, y estos a su vez, se habían unido en el cosmos, formando cuerpos celestes. Estos maravillosos planetas cristalinos, rotaban al mismo compás una y otra vez.

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Desde el espacio se escuchaba una hermosa resonancia; sin embargo, cuando alguien se adentraba a esos planetas, tenía que huir rápidamente hacia otras constelaciones, debido al caos y al desorden. Todo esto atemorizaba y entristecía a Séptimus.

Séptimus era un corazón y por alguna elegía del universo, había parado en la constelación más engañosa. Él sospechaba que no pertenecía a la constelación de los cristales, ni a ninguna otra constelación. Ya había visitado la totalidad de planetas y estrellas, pero ninguno lo hacía sentir pleno.

Mientras recorría los planetas, Séptimus se iba desgastando más y más. El corazón aventurero fue menguando por la desilusión que le causaba el caos. Todos se veían tan esplendorosos por fuera, que era mayor el desencanto después de pasar por ellos. Hubiera sido más fácil encontrar otro corazón así de blando y sutil, navegando entre el espacio, para así no tener que seguir buscando ese lugar misterioso, al que tuviera que añorarle, sino más bien unírsele para crear un planeta de dos corazones. Ese planeta, podría haber sido pequeño, sí; pero pleno y fluido; agitado y tierno.

La suerte del corazón empezó a centellar como los cristales que había despedido alguna vez el sol. Séptimus había tropezado en el trayecto con un último planeta de cristal. Su naturaleza hizo que saltara hacia allá, eso solía pasarle si tenía un presentimiento.

El corazón se deslizó por el planeta, lo inspeccionó minuciosamente, y enseguida se dio cuenta que ese no era igual a los demás. En vez de caos, Séptimus encontró un lugar apacible.
Pero eso no era todo, Séptimus, por primera vez había escuchado una hermosa melodía en vez del caos de los otros planetas. Era como si ese lugar fuera lo que siempre había buscado.Allí atisbó siete misteriosos cráteres.

Séptimus se sentó en el primer cráter y escuchó como el sonido se propagaba: DO, DO, DO, DO…De pronto empezó a sentir mucho sueño y se quedó dormido plácidamente sobre el cráter.

– “Cuando no pueda dormir, me recostaré aquí”– pensó. Siguió el recorrido hasta llegar al segundo y escuchó: RE, RE, RE, RE…RE…RE… y empezó a reír descontroladamente y sin razón alguna.

– “Entonces cuando quiera reír, sólo tendré que venir hasta aquí”.

Y así Séptimus se fue dando cuenta que cada cráter tenía una especial particularidad. El sonido del tercero era: MI, MI, MI, MI, MI… y mientras estaba sobre él, no pude evitar sentirse mimado mientras se balanceada. Si necesitaba cariño y mimos, solo tendría que regresar hasta allí. El cuarto sonido en el cráter sonada: FA, FA, FA, FA… y de pronto un farol enorme fue subiendo más y más, y cuando se detuvo, una luz chispeante se prendió. Esa luz le daba calidez al corazón y hacia que se sintiera más protegido y abrigado.

El quinto cráter emitía el sonido SOL, SOL, SOL…SOL. El corazón empezó a perder la calidez y recordó que se sentía muy solo, la mayor parte del tiempo. Sin embargo quedaban dos cráteres más.

EL sexto cráter sonaba: LA, LA , LA…. El corazón no pudo contener el ritmo y empezó a bailar. Séptimus empezó a latir rápidamente, de manera que se dio cuenta que de vez en cuando podría ir hacia ese cráter para ejercitarse.

En el séptimo cráter, el sonido era: SI, SI, SI…muy bajito. El corazón entendió que ese era el cráter del silencio. Cuando quisiera sentirse en paz, podría ir hasta él. En ese momento empezó a adorar más aquel planeta.

Séptimussentía con seguridad que a partir de ese momento viviría en un planeta impresionable como su esencia. Sin embargo en el quinto cráter estaba sucediendo algo inesperado. Se acercó hacia él y escuchó nuevamente: SOL, SOL, SOL… pero esta vez ya no tenía la sensación de estar solo. De pronto observó como otro corazón iba siguiendo hasta el sexto cráter y empezaba a cantar. Séptimus siguió recorriendo el lugar, lejos de los cráteres, pues ya lo había comprendido todo. Entonces se reunió con cientos de corazones, que habían ido poblando poco a poco el planeta. Todos ellos eran únicos, y en su afán de seguir buscando el lugar al que el destino nunca los había enviado, habían dado a parar en el planeta de la música. Allí se sentían serenos, rozagantes, dichosos y sus latidos no se perdían en el olvido sino que seguían brillando como cristales cósmicos al unísono de las melodías que iban heredando de corazón a corazón.

Séptimus acababa de hallar el lugar indicado donde reposarían sus presentimientos, su ternura y sus propios destellos. No pasó mucho tiempo para que Séptimus se uniera en ese mismo planeta a otro corazón vivido y tierno, como la unión de toda la música que compone el universo.

FIN

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