CUENTO EL GORDITO GENEROSO

Nuevo cuento infantil para niños, creado por:  Carlos Cebrián González

Se llamaba Ángel, pero desde muy pequeño le llamaron Lito. Era un niño triste y egoísta, hijo único y muy solitario, ya que por estar muy gordito, y por vivir siempre pensando en comer a cualquier hora era rechazado por sus compañeros del colegio que se burlaban de él.

Sus padres Joaquín y Sara todos los días le daban unas monedas para que se comprase la merienda y él, aunque nada le faltaba, echaba de menos la compañía de un amigo y el ser bien acogido entre los demás niños y niñas del pueblo, pues la soledad le entristecía.

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Lito disfrutaba, comiéndose, a la salida de clase, un buen pastel, patatas fritas y palomitas, ajeno a los problemas económicos de otros chicos y chicas de su edad, que por ser pobres, no tenían dinero para comprar “chuches”.

Y así transcurría su vida, engordando y notando el rechazo de todos sus vecinos por su antipatía, hasta que un día su maestro les explicó que en África, muchos niños pasaban hambre, por haber nacido en unas tierras inhóspitas.

Aquella tarde cuando salió del colegio, Lito buscó en sus bolsillos las monedas que le había dado su mamá, para que se comprase un bollo y una chocolatina y entonces pensó en lo que le había contado su maestro sobre África. Se sentó en un banco situado en la Plaza Mayor de su pueblo, junto a la tienda donde vendían las golosinas y por vez primera en muchos años se olvidó de su hambre.

“¿Qué me está pasando?… ¿Por qué no me compro una bolsa de palomitas?… ¿Y esas piruletas gigantes que están tan ricas?” Y estaba a punto de entrar en la tienda, cuando vio a un hada buena que le recordó a Lito, que había muchas personas, no solamente en África, sino también en su pueblo, que no tenían suficiente comida.

Y fue entonces cuando el hada le preguntó:

— ¿Sabes Lito cuántas semillas podrías comprar con el dinero que te dieron tus papás?

— ¿Semillas, dice? Yo no quiero semillas porque no soy un pájaro. Quiero comprarme “chuches” porque hace muchas horas que no he comido y tengo mucho hambre.

—Hazme caso, Lito, las “chuches” harán que cada vez engordes más y los niños seguirán burlándose de ti y te sentirás muy mal, al ver que te rechazan. En cambio si tú y yo hiciéramos un pacto podrías adelgazar y ser muy  apreciado por todos.

—Está bien, señora hada. Acepto el trato ¿Qué debo hacer?—preguntó Lito muy poco ilusionado por perder esa merienda que quería devorar con su apetito insaciable.

—Así me gusta, Lito. Ahora ve a la casa de las semillas y compra un euro de simientes para plantar acelgas, lechugas, tomates, cebollas.

—Pero yo no soy un agricultor ¿No sé trabajar en el huerto. Eso lo hace mi papá—dijo Lito asustado por la responsabilidad que iba a tener cultivando su huerto.

—Le vas a decir a tus papás, que quieres plantar verduras en un trocito de huerto, para darle lo que recolectes a los niños pobres. Verás como te animan a hacerlo. Además debes saber que el cultivar la tierra es un ejercicio muy bueno para adelgazar y así perderás esos “michelines”, que tanto te molestan para correr, andar, y para jugar al fútbol con tus compañeros en el recreo.

Y Lito, a regañadientes se fue a la tienda de semillas y compró las simientes. Durante la cena les contó a sus padres su proyecto, y además solamente se comió un plato de sopa y un trozo de tortilla con patatas. Joaquín y Sara, sus padres, se quedaron extrañados del cambio que había experimentado Lito desde la hora de la comida ¿Estaría enfermo su hijo?

El sábado por la mañana Lito se dirigió al huerto de sus padres y allí utilizando las herramientas que le prestó Joaquín, su papá, se puso a hacer unos surcos para depositar allí sus simientes. A los pajarillos que le observaban revoloteando, ansiosos por comerse esas simientes, que él sembró en la tierra, les dio su almuerzo, echándoles las migas de pan untadas de aceite de su bocadillo.

A los ratoncillos que saltaban traviesos, esperando que se descuidase para comerse también las semillas, y a los conejitos que le contemplaban curiosos, les dio trozos del queso de su almuerzo y a unas ardillas juguetonas les echó unas nueces, para que saciaran su hambre.

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Lito sudó mucho aquella mañana, pero cuando vio que el trozo de tierra estaba preparado para proporcionarle el alimento de unos niños pobres, se sintió orgulloso de su obra. Fue a su casa y comió con alegría, buen apetito, pero sin excesos, como un niño normal y se negó a repetir cuando su mamá le ofreció un delicioso flan con nata, que era su postre favorito. Durante varios días, él iba a su huerto a la salida de clase, para regar la tierra, para mimar esos cultivos que había sembrado.

Inesperadamente una tarde cuando llegó al huerto encontró, que antes de tiempo, tenía a su disposición numerosas lechugas, acelgas, tomates, cebollas, pepinos. Con la carretilla de su papá, cogió todas las verduras y se fue a las casas de los niños más pobres del pueblo y les fue dando a cada uno de ellos parte de esa cosecha extraordinaria, que en un tiempo sorprendente había conseguido.

Lo extraño fue, que cuantas más verduras iba dando, más lechugas, acelgas, tomate, etc., quedaban en su carretilla y él tuvo la felicidad de recibir un sinfín de besos, abrazos y palabras de agradecimiento de los padres de aquellos compañeros de clase, que se reían de él llamándole “gordo”.

Llegó al día siguiente a su huerto para seguir sembrando semillas, y se extrañó al ver que de nuevo habían brotado de la tierra un sinfín de acelgas, lechugas, tomates…Era increíble y su papás se quedaron boquiabiertos cuando se lo contó durante la cena.

—Lito, estamos muy orgullosos de ti y de tu buen corazón. Varias mamás de tus compañeros me han dado las gracias por los alimentos que les diste ayer. Me dijeron que eras un niño muy bueno y nos sentimos papá y yo, le dijo Sara, su madre, muy orgullosos de ti. Además has perdido algún kilo de peso, porque los pantalones y las camisas se te han quedado muy anchas y necesitas ropa más estrecha.

En los días sucesivos y a pesar de que el huerto cada tarde se quedaba vacío, a la mañana siguiente estaba rebosante  de verduras y esos alimentos, que Lito repartía con mucho cariño a sus vecinos, ayudaban a muchas familias necesitadas, que agradecían a Lito su generosidad.

Extrañados sus padres, por ese extraño fenómeno que estaba sucediéndole a Lito, decidieron una noche, mientras su hijo dormía agotado por el trabajo y el estudio, ir al huerto para descubrir el misterio que tanto les intrigaba.

Se quedaron atónitos, cuando a la luz del farolillo que portaban, vieron a muchos: conejos, ratones, ardillas, y pajarillos, trabajando esa tierra, dirigidos por un hada rubia, bellísima, que con unos polvos mágicos aceleraba el proceso de crecimiento de las simientes, que cada tarde Lito compraba, con el dinero de esas meriendas y “chuches”, que, ya no se comía.

Una mañana al levantarse de la cama para ir al colegio, su madre estuvo a punto de desmayarse, al ver que Lito, gracias al hada buena, que le protegía, había dejado de ser un niño gordo, para convertirse en un colegial muy guapo y esbelto. La madre le abrazó y llamó a su padre. Los tres se sintieron muy felices y poco después en la escuela, todos los alumnos y Don Cándido, su maestro, felicitaron a Lito, que de improviso dejó de ser un niño marginado para convertirse en el más querido por sus compañeros.

Después unos años se convirtió en un muchacho muy listo y atractivo, consiguió que sus vecinos le prestasen unas tierras para plantar en ellas toda clase de verduras y de árboles frutales y cada día, el milagro de la multiplicación de sus alimentos siguió produciéndose gracias a su trabajo, y a su bondad.

Dicen, quienes le conocieron, que cada tarde varios camiones cargados de alimentos salieron de ese pueblecito, donde vivía Ángel con sus padres, ya ancianos, para llevar alegría a cientos de familias necesitadas de todos los pueblos y ciudades cercanas.

FIN

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