BENJAMIN, CONTADOR DE MAGIA

 Cuento Infantil para niños/as; creado por: Olga Blázquez Sánchez

Érase una vez un niño que no creía en los cuentos de magia. El mundo se había convertido en una mezcla de asfalto y cemento. Todo era gris: humos, metales y rascacielos de hormigón. El niño, al que todos llamaban Benjamín, iba al colegio todos los días de forma automática.

Salía de casa, cruzaba un paso de peatones cuando el semáforo se ponía en verde, pasaba por delante de la panadería, por delante de la frutería, torcía a la derecha y diez pasos más adelante, a la izquierda y caminaba veinte pasos en línea recta hasta alcanzar la puerta de la escuela. Y así día tras día, día tras día….

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La vuelta a casa estaba cargada de igual o mayor monotonía. Hacía los deberes: lápiz, goma y papel. Y se iba a dormir todos los días con la seguridad que da saber que el día siguiente será idéntico al anterior.Pero una noche, sin saber muy bien por qué, Benjamín tuvo un sueño. Hacía mucho que no soñaba. Los sueños no servían para nada según la gente responsable, según los adultos. Porque soñar no es productivo, no genera dinero. Por eso Benjamín se había acostumbrado a no soñar. Total, ¿para qué? Sin embargo, aquella noche soñó, soñó muy fuerte, con los ojos apretados. En su sueño aparecía un mago. ¡Ya ves tú! Un mago…Si estaba claro que los magos no existían. La magia era un invento de la gente de antes. Ahora el mundo era gris y serio. Ahora el mundo era una maquinaria perfecta que generaba días iguales.

El mago del sueño había sido claro:

– Benjamín, sal de este mundo de locos y vuelve a la cordura de la magia: los colores existen, la realidad no está matemáticamente diseñada. Aquí, en el lado de la magia, pueden ocurrir muchas cosas.

En ese preciso momento el despertador había sonado.

 

Ese día, Benjamín no dio pie con bola. Giró a la izquierda cuando debía girar a la derecha y dio veintitrés pasos en lugar de dar sólo veinte. El resultado fue que no llegó al colegio. Estaba perdido en un mundo de incertidumbre y desorientación. Y no dejaba de pensar en  el  mago. Una  voz  retumbaba  en  su  cabeza: – “Benjamín,  improvisa”

– ¿Improvisar? ¿Qué era eso?

Improvisar es actuar cuando lo inesperado (la magia) sucede. Tras muchas horas deambulando por la calle, Benjamín logró volver a casa, donde se llevó una regañina por cortesía de sus padres.

Aquella noche, volvió a soñar. Esta vez, el mago se apareció en lo alto de una montaña, sin decir nada. Sólo aparecía él ataviado con una túnica azul, en la cima de una montaña inmensa. Benjamín vio que en la montaña se acumulaban los colores: la cima con hierba verde y puntos de colores (eran las flores), árboles de troncos marrones, abejas doradas, rocas grises y ríos azulados, nieve blanca.

Benjamín volvió a despertarse inquieto. La naturaleza estaba ahí fuera. Lejos de la ciudad. Tenía que encontrar aquella montaña. Preparó una mochila con comida y abrigo y se puso en marcha. Nunca había abandonado la urbe para adentrarse en los territorios más salvajes. Le costó mucho tiempo y esfuerzo encontrar la salida. Cuando  alcanzó  por fin  el campo, ya  era  de noche. Y Benjamín vio por primera vez las estrellas, olió la tierra mojada y escuchó a los grillos. Y, por primera vez, Benjamín creyó en la magia.

Aquella noche la pasó a la intemperie. Pasó algo de frío, pero no le importó. Sin saber muy bien porqué gritó muy fuerte, como para sacar fuera de su propio cuerpo todo lo gris que traía de la ciudad.

Al día siguiente, vio sobre el horizonte dibujada la silueta de la montaña. Avanzó sin descanso, escaló, reptó y se arrastró por donde pudo. Llegar a la cima no fue tarea fácil. Se llevó una gran decepción cuando vio que allí no había nadie. Cerró los ojos para evitar que una lágrima se resbalara por su mejilla y en ese momento, el mago apareció. Benjamín seguía teniendo los ojos cerrados pero veía al mago.

– Benjamín, yo no existo, pero la magia sí.

Al instante lo comprendió todo. A partir de ese momento creyó en la magia y los días siempre eran distintos para él. Hacía sus tareas, pero no eran días monótonos y aprendió a ser más feliz y a vivir cada instante con ilusión.

FIN

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