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ALAS DE COLORES

Cuento Corto Infantil para niños y niños, escrito por: Carmen Pérez

Érase una vez una niña que se llamaba Leyre. Tenía 9 años y vivía en una ciudad junto al mar. Todos los días, al volver del colegio, daba una pequeña vuelta para acercarse a la playa y visitar a sus amigas favoritas, las gaviotas.

Leyre se sentaba quietecita en la arena y observaba el incesante ir y venir de las aves, al son de las olas. Y cuando mayor era el número de gaviotas posadas en la arena, con sus patitas a remojo, la niña se levantaba extendiendo sus brazos y corría entre ellas, que emprendían el vuelo alborotadas, mientras gritaba:

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– ¡Estoy volando, estoy volando!.

Se quedaba sola girando y corriendo por la playa, como si sus pequeños brazos fueran verdaderas alas, hasta que agotada volvía a sentarse en la arena. En seguida volvían a posarse a su alrededor las gaviotas, luciendo sus cabriolas en el aire, ante la envidiosa mirada de la niña.

Un día, cuando corría sin cesar con sus brazos extendidos, imitando los agudos chillidos de las aves, tropezó bruscamente con una anciana que caminaba por el borde del agua. Leyre se detuvo sin aliento mientras la anciana hacía equilibrios para evitar caer al suelo.

– Lo siento, lo siento. – Decía Leyre, dándole la mano.
– Tranquila, hijita. – Dijo la señora sonriendo. – Te estaba escuchando, pero has sido demasiado rápida para mí, no me has dado tiempo a apartarme. Pero dime, ¿estabas volando, verdad?.
– Bueno.

Leyre se sentía todavía aturdida y se había puesto colorada:

– Sí, la verdad es que imaginaba que volaba. – Y sonrió vergonzosa.
– Eso es muy bonito. – Respondió la anciana. – Yo también vuelo ¿sabes? por las noches me transformo en un hermoso pájaro de alas multicolores.
– ¡Pero eso es imposible!. – Exclamó Leyre, ya más relajada. – Ni tú ni yo podemos volar.

Mientras hablaba la niña inquieta daba saltos y cuando volvió a dirigirse a la anciana, ésta miraba en dirección contraria:

– Oye, ¿qué estás mirando?.  – Le dijo Leyre.

Inmediatamente se volvió hacia ella la señora, pero Leyre se dio cuenta por primera vez que sus ojos le miraban sin verle.

– ¡Ahhh! – Exclamó sin poder contenerse. – ¿No puedes ver?, lo siento, lo siento. – Murmuró nerviosa de nuevo. – No me había dado cuenta, lo siento.
– No pasa nada. – Dijo suavemente la señora. –  Disimuló muy bien ¿verdad?. – Añadió haciendo sonreír a la niña. – Pero cuéntame cómo vuelas, cómo pones los brazos, que yo te diga si lo estás haciendo bien.

Leyre le explicó no sólo cómo volaba, sino cómo eran las gaviotas, y las olas, y tanto rato estuvieron hablando que de pronto se dio cuenta de que era muy tarde y su mamá estaría intranquila, así que se despidió de la abuelita hasta el próximo día y salió corriendo hacia casa.

Tal y como le había prometido allí estaba su nueva amiga otra vez al día siguiente, y al otro y al otro. Leyre no se cansaba de contarle cómo eran todas las cosas y la anciana parecía cada día más joven. Como ella decía, Leyre había abierto sus ojos.

Pero un día… ella no estaba allí. Leyre le llamó a voces, corrió incansable por la playa buscándole, pero no apareció. La niña se sintió muy triste, no tenía ganas de nada. Sentada en la arena observaba a sus amigas las gaviotas, pero ese día no voló, ni al día siguiente, ni al otro.

De pronto, descubrió algo que brillaba en la orilla, entre las rompientes olas. De lejos le pareció que era el anillo que llevaba la anciana y corrió hacia él. Efectivamente, allí estaba la enorme perla brillando más que nunca y cuando se agachó a recogerlo se transformó en unas hermosas alas de mil colores. Leyre no daba crédito a sus ojos, pero sin pensarlo se quitó la mochila del colegio y metió sus bracitos por las alas que le quedaban a medida. Y echó a correr como antes, espantando a las gaviotas, pero esta vez no sólo salieron ellas volando, ¡Leyre volaba entre ellas!.

Sus alas brillaban más que ninguna, eran sin duda las más hermosas que nadie haya visto jamás. Leyre voló a gran velocidad a ras del agua, levantando la espuma a su paso y volvió a elevarse con elegantes cabriolas. ¡Era tan fácil! y quiso subir más y más alto, todo se veía muy pequeñito allá abajo, era aún mejor de lo que nunca había imaginado. Voló hasta las nubes blancas y jugó entre ellas al escondite con las gaviotas. Y el arco iris quiso jugar también con ellas. Leyre subió por encima de otra nube y de pronto …. allí estaba, con su sonrisa más hermosa. ¡Abuelitaaaa! por fin te encontré, y voló a sus brazos.

FIN

– Moraleja del cuento: Elige bien tus sueños porque se harán realidad

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