EL DESEO CUMPLIDO

Baiko se encontraba de paseo, como todos los días, buscando palitos de Bambú. Tres veces al día Kazushi le daba comida, pero Baiko creía que era muy poca, así que aprovechaba la hora en que todos dormían la siesta para salir y comer un poquito más.

En Japón hay horarios para todo. Y muchas veces, aunque uno no entendiera qué pasa en las distintas horas del día, sí sabía con exactitud cuándo era la hora de comer. ¿Cómo puedes saberlo? Porque en casi en todo el país, a la hora de comer suena un gong, una especie de disco plateado o dorado, que se toca con un palo grueso conocido como mazo.

¡Hoy era día de fiesta en el pueblo de Wakayama! Baiko vivía junto a otros animales, en total debían ser más de cien, pero casi todos eran más chicos que él, por eso estaba convencido que al ser el único Oso Panda, merecía una porción más grande de comida que los demás.

Pero como no era peleador y le tenía mucho cariño a Kazushi, su cuidador, nunca alegaba. Él siempre le hacía cariño en la panza y lo bañaba para que siguiera siendo blanco, como todos los de su especie, un Oso Panda Gigante.

Noviembre es uno de los meses del año donde hay más fiestas. Todas las casas y negocios están llenas de flores de papel, de muchos colores y tamaños. Y en la entrada de cada casa, cuelgan guirnaldas y móviles de bambú. ¡Pero no son para comer!

Baiko se encontraba paseando por la reserva, pero ya casi no encontraba nada más que fuera comestible. Pero lo que no sabía, es que hoy, además de la Fiesta de las grullas, sería un día muy especial para él.

Según la tradición japonesa, las grullas son unas aves -también conocidas como Tsuru-, que viven mil años y tienen el poder de conceder deseos. Se cree que si una persona hace mil grullas de papel, los dioses le concederán ese don, por eso todos los años, se celebra la Fiesta de las Grullas.

Baiko pensó que las grullas siempre ayudan a que los niños cumplan sus deseos, y como él era un pandita pequeño, también podrían cumplirle un deseo. Y mientras caminaba pensando en cuál sería su deseo, ¡hizo un gran descubrimiento!: se dio cuenta que no había rejas ni paredes en la reserva, que siempre había estado abierta más allá de los bosques, solo que antes no tenía tantos años para caminar hasta tan lejos sin perderse, o sin tener miedo.

Así que sin pensarlo dos veces, siguió caminando sin parar. Deseaba hace mucho tiempo investigar cómo era su familia, ya que estaba convencido de que estarían celebrando la fiesta en algún lugar de Wakayama. Y lo mejor de todo, es que seguramente sería con ¡mucha comida!

Además de estar el pueblo entero lleno de adornos, sonidos y la mayoría de los techos de las casas pintados de color dorado, todos los hombres, mujeres y niños caminaban disfrazados por las calles. ¡Era todo un espectáculo!

Quizás por eso no se dieron cuenta que Baiko no vestía un disfraz, sino su propia piel.

Si estuvieran ahí, en medio de la fiesta, sabrían por qué nadie se fijó en él. El ruido de los Shakuhachi y Chanchikis, un tambor y una especie de gong de mano, hacían que todos caminaran como si los hubieran hechizado.

Pero Baiko nunca había visto nada de esto. Su corazón latía más fuerte que el sonido de todos los tambores juntos. ¡Pum, pum, pum! Era una sensación nueva para él. Ni siquiera sabía si lo que sentía era miedo, curiosidad o alegría, pero algo le decía que tenía que seguir sonriendo y caminando entre la multitud.

Con tantas emociones, se olvidó completamente del hambre que tenía. Solo miraba atentamente, si entre la multitud, encontraba otro Oso Panda como él.

Habían pasado al menos tres campanazos de gong desde que salió de la reserva y aún no encontraba a ningún Oso Panda. Todavía quedaba luz del Sol, pero no pasaría otra campanada sin que este se escondiese. Debía encontrar un lugar donde dormir, porque las noches eran muy heladas, y la fiesta no seguía si no hasta el otro día.

Como ya estaba muy cansado, y la gente comenzaba a volver a sus casas, escogió un pasaje pequeñito, donde había muchos negocios ya cerrados. Nadie se daría cuenta que Baiko estaba ahí.

Volvió a pensar en las grullas y en su deseo aún no cumplido. Pero se durmió tranquilo, pensando en que la fiesta duraba una semana, y aún quedaban dos días de carnaval. ¡Todavía podían cumplir su deseo!

En la noche no había campanas, así que durmió casi mejor que en la reserva. Se sentía libre, tranquilo y pese a que tenía un poquito de miedo, olvidó por completo que no había comido durante más de 8 horas.

¡Y fue al despertar cuando ocurrió el milagro más grande de su vida! Las persianas de los negocios ya estaban abiertas, y las calles nuevamente se encontraban llenas de personas con todo tipo de vestidos y máscaras. Pero nadie vio lo que él miraba casi sin poder pestañear de la impresión. El negocio donde había dormido toda la noche, estaba lleno de Osos Pandas, ¡eran muchísimos!.

Baiko se quedó inmóvil mirando cuántos eran. Pero su sorpresa fue mayor cuando al acercarse, descubrió que estos no hablaban ni movían sus manos. Estos Osos Pandas eran flojos, porque no se movían aunque les hiciera cariño en la panza.

La fiesta seguía en el pueblo de Wakayama, pero Baiko ya no entendía nada. Hoy la gente caminaba con canastos de frutas, y el pasaje estaba lleno de frutas caídas. Agarró todas las que pudo, las entró a la tienda y rezó dando gracias a las grullas y a los dioses. Si bien los Osos Pandas que había encontrado no eran como él, ya no se sentía tan solo. Y con la boca llena de frutas, dio muchas gracias a las grullas por haber cumplido su deseo.

FIN

Cuento corto escrito por  Acesita (Seudónimo)

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